Lectura del santo evangelio según san Lucas:
En aquel tiempo, Jesús decía: "A qué se parece el reino de Dios? ¿A
qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra
en un huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. Y
añadió: ¿A qué compararé el Reino de Dios? Se parece a la levadura que una
mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta". Palabra
del Señor.
Reflexión
Jesús pone ejemplos entendibles sacados de prácticas habituales en la
vida de su pueblo, en este caso de la agricultura, para ayudar a comprender la
realidad del Reino de Dios. Como siempre, no se trata de poderes ni de
dominaciones. Jesús retoma esos valores de la vida campesina y los trasplanta
al campo religioso para enseñarnos cómo la más diminuta semilla de bondad que
se siembre y se cultive puede producir los frutos más abundantes y los
beneficios indirectos más sorprendentes. Se trata de lo que Dios quiere, él
mismo hace crecer su reino de manera misteriosa y para ello nos pide a nosotros
también la participación.
Hemos oído hablar, en múltiples ocasiones de lo bien que hace a la vida
humana, la convivencia fraterna, la armonía en las relaciones interpersonales,
la sonrisa y alegría constante, la fraternidad que hace compartir y contar con
los otros, en fin, la solidaridad y ayuda mutua. Con nada de esto se va al
mercado. Ningunos de estos valores humanos se cotiza en las bolsas económicas
de ninguna nación. Sin embargo, son elementos indispensables que impulsan la
vida y la dinamizan. El Reino se presenta como una semilla minúscula plantada
en el jardín de la creación, pero que, cuando germina, tiene unos efectos
benéficos impredecibles. Eso ocurre con el efecto multiplicador del bien que
tiene el Reino, que actúa como levadura en las obras buenas que la humanidad
emprende. Podemos influenciar enormemente la sociedad con unas actitudes que,
aunque no sean noticia en los medios de comunicación, fecundan abundantemente
la sociedad.
Finalmente, podemos recordar, al estilo de los predicadores tradicionales,
que en reiteradas enseñanzas se le ha atribuido a la iglesia ser esa presencia
viva del Reino de Dios en el mundo, ser esa semilla plantada humildemente al
principio y que ha crecido y fecundado muchos ambientes. Pero la figura más
elocuente y fundamental del Reino de Dios es el mismo Jesús presente en el
mundo como el Hijo de Dios. Sin poder dominador, pero con amor transformador de
todos y todas los que viven una experiencia personal y comunitaria con él. La
palabra de Dios es también esa semilla sencilla plantada en medio de su pueblo
que puede surtir efectos grandiosos en los corazones de quienes se abren a ella
y dejan que fructifique. Nosotros todos podemos ser también semillas del Reino
de Dios. Demos el testimonio coherente de fe y vida al que nos llama el
evangelio. Eso hará germinar abundantemente los elementos constitutivos del
Reino de Dios: Justicia, derecho, paz, fraternidad.
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