Lectura del santo evangelio según san Marcos
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra
orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas
lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la
barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un
almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan
cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste?
¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Palabra del Señor
Reflexión
El Evangelio de hoy nos ofrece una escena que bien conoce la gente del
mar: la dificultad de atravesar las aguas cuando el oleaje es violento, cuando
el viento está en contra. En la escena el evangelista contrasta la reacción de
Jesús con la de sus discípulos. La pregunta a Jesús tiene de fondo la confianza
en Él. Los discípulos son testigos de la actividad de Jesús. Han visto su
cercanía compasiva, su capacidad de escucha y empatía con los más débiles y
necesitados, su presencia sanadora que reconcilia y acoge. Así que esperan que
Jesús haga algo por ellos.
Este texto tiene muchas lecturas iluminadoras, muchas referencias a la
historia de salvación de este pueblo al que Dios ha elegido y con él, a todas
las naciones de la tierra. Por eso sugiere una reflexión de nosotros como
discípulos, y de la Iglesia en la misión que le corresponde realizar en el
mundo. También nosotros hemos navegado con viento contrario, en
situaciones adversas y peligrosas. También nosotros clamamos a lo alto para
sentir la ternura y la seguridad de la presencia del Señor. Incluso en el
silencio cuando no sentimos que llega la respuesta, hay una confianza que nos
da la sensación de esa presencia que no nos abandona, que cuida de nosotros.
La misma Iglesia ha sufrido muchas sacudidas en su paso por la historia.
Ante sus propias imperfecciones e infidelidades, ante el rechazo o persecución
del mundo, no vale caer en la desesperanza. En toda situación, como Iglesia
nosotros también, somos llamados a la esperanza, a caminar, a no dejarnos
vencer por las dificultades, que a veces parecen superarnos. Con nosotros está
el Señor, la fe nos da una manera de atravesar esta vida sin dejarnos hundir o
derrumbar, pero sí humildes, confiados, de la mano en la comunión de los hijos
e hijas de Dios.
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