EVANGELIO DEL DOMINGO
"Velen, porque no saben el momento". San Marcos, 51-62.

domingo, 4 de septiembre de 2016

DETENERSE PARA SER DISCÍPULOS

“El Evangelio de Hoy”: Lc 14, 25-33

Lectura del santo evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:- Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar».
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

Mucha gente vive sin detenerse nunca en su camino. No se paran para preguntarse por el sentido de su vida o para reflexionar sobre el rumbo que va tomando con el pasar de los años. El Evangelio de hoy nos invita a lo contrario, a planificar para alcanzar el seguimiento de Jesús, siendo sus discípulos. Somos invitados a tomar tiempo para pensarnos, reunirnos para analizar la realidad y hacer planes para transformar lo que nos parezca no adecuado con lo que anhelamos. Esta reflexión nos ayudará a no dejamos arrastrar tan fácilmente por la rutina o el ajetreo de cada día. Compromisos, obligaciones, trabajos..., todo tiene un sentido más humano cuando la persona vive esa «suave vigilancia» que le permite ser dueña de su vida, reacciones y sentimientos.

Más que discurrir, lo que necesitamos, tal vez, es mirar y aceptar con verdad nuestro ser. Acoger con sencillez nuestra vida cotidiana sin perdernos en la agitación de cada día. Disponemos a cuidar lo importante: la confianza en Dios, el amor a las personas, el gozo de vivir, el trabajo bien hecho, la paz interior. Cuando en el corazón de la persona sigue viva la fe, estos momentos de reflexión sobre la vida se convierten en oración sincera. Una oración que no es la repetición rutinaria de unas fórmulas aprendidas de niño, sino comunicación viva y espontánea con un Dios sentido como Padre y Amigo. Las alegrías y los gozos de la vida llevan entonces al agradecimiento, gozo, confianza y esperanza. Vivamos con consciencia nuestro discipulado.

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