“El Evangelio de Hoy”: Juan 16,23b-28
Lectura del santo
evangelio según san Juan:
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: "Yo les aseguro, si piden algo al Padre en mi
nombre, se lo dará. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pidan, y
recibirán, para que su alegría sea completa. Les he hablado de esto en
comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que les
hablaré del Padre claramente. Aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que
yo rogaré al Padre por ustedes, pues el Padre mismo les quiere, porque ustedes
me quieren y creen que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo,
otra vez dejo el mundo y me voy al Padre." Palabra del Señor.
Reflexión
La misión de Jesús
llega a su final de manera directa en la historia. Él ha sido el enviado a
revelar el rostro amoroso de Dios. Vino del Padre y vuelve a él, ha sabido bien
entender su tarea, la ha realizado en profunda conexión con Dios, creyendo y
confiando totalmente en él. Se ha encarnado y amado al mundo, lo ha comprendido…
ha padecido todo tipo de situaciones desagradables hasta dar la vida por
nosotros… ha Resucitado y Ascendido de nuevo a la presencia de Dios. Toda una
misión de aproximación a la humanidad, de compartir y servir sin condenas ni
límites.
Ahora nos toca a
nosotros continuar la misión de Jesús. Para eso tenemos que vivir el mismo
proceso de Cristo. Saber, creer y entender que venimos de Dios, que él es la
fuente de la vida y del amor, que él es nuestra salvación. Si conocemos, creemos
y entendemos esto bien, tendremos toda la confianza necesaria para
generosamente dedicar nuestra vida a su causa como Jesús. Esa será nuestra
misión, nuestra tarea, revelar el amor de Dios al mundo. Ayudar, con nuestra
práctica a que la gente experimente a Dios, no como una amenaza, un estorbo o
un tirano, sino como amor, misericordia, perdón y compasión. Nuestra misión no será la de cumplir con
reglas, normas y preceptos, sino la de encarnar las actitudes que encarnó
Jesús: cercanía, fraternidad, ternura y cariño de manera sencilla y abierta a
favor de quienes comparten nuestra existencia. Todo ello confiando y esperando
siempre en Dios. Él nunca nos abandonará.
La confianza y espera activa en el amor de Dios, lograda gracias al
convencimiento pleno de que Jesús es el camino que conduce a la vida digna y
plena, nos permitirá dirigirnos a Dios
en actitud de hijos. Muchas veces nuestra fe se enreda en los ritos, en las
fórmulas, en los lugares sagrados, y perdemos el hilo conductor que nos hace
uno con Dios: la práctica del amor fraterno. Que el Espíritu Santo nos abra al
don de la sabiduría para saber vivir la alegría de los hijos de Dios.
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