Una reflexión del Evangelio en perspectiva teológico-pastoral para animar desde la liturgia, la vida de fe en su compromiso personal y comunitario
lunes, 5 de octubre de 2020
GESTIONAR NUESTRA ESPIRITUALIDAD
“El Evangelio de Hoy”: Mt 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá;
porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a
alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide
pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, que son malos, saben dar
cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre del cielo dará cosas buenas a
los que le piden! En resumen: Traten a los demás como quieren que ellos les
traten; en esto consiste la Ley y los profetas." Palabra del Señor.
Reflexión
A partir de nuestra fe y nuestra esperanza estamos llamados a crecer, a desarrollar nuestra capacidad espiritual para vivir los
diferentes momentos y circunstancias de nuestra existencia. Lo esencial es
movernos ("Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá”), esta es la dinámica fundamental de la vida. Es un proceso, no podemos
quedarnos tranquilos esperando que otros accionen por nosotros.
Cuando oren no sean como los que se exhiben en
público para aparentar… La vida de oración es fundamental en la manera
de ser y de actuar de los cristianos. Pero qué mal hemos entendido la oración
al interior de la Iglesia. Hemos hecho de la oración o un mero acto intimista
de pasividad, de calmar la conciencia o un acto egoísta de conseguir el favor
pretendido. Se nos olvidó que la oración cristiana está centrada en la vida,
anclada en la ética y comprometida con por la humanización plena y total. No
podemos reducir la oración a una reacción espontánea surgida del miedo.
Es mucho más que un momento antes de irme a dormir
por las noches. La oración cristiana es esencialmente transcendente en cuanto
acto comprometido que nos lanza tras la conquista de lo orado. La oración es un
diálogo íntimo con Dios, pero no es intimista, no puede quedarse en lo privado,
siempre alcanzará a la comunidad. La oración ha de manifestar en el creyente
una vivencia de la presencia de Dios. Orar significa configurar la vida, mi
vida, con Dios. Por tanto, la vida del creyente ha de ser testimonio del Dios
en el que se cree, en el que se ora. La oración mejora progresivamente las
personas, les convierte en buenas, justas, amables, cariñosas, misericordiosas,
tiernas, comprensibles, hacedoras de paz, respetuosas de la diferencia,
incluyentes. Oremos confiando en el Dios que nos ama y nos salva. Dejemos que
Jesús sea, una vez más, nuestra inspiración y guía. Espíritu Santo, ilumínanos.
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