EVANGELIO DEL DOMINGO
"Velen, porque no saben el momento". San Marcos, 51-62.

sábado, 22 de noviembre de 2014

NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS

"El Evangelio de hoy: Lc 20, 27-40

Lectura del santo evangelio según san Lucas

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro.»
Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor

Reflexión
Como acostumbra la gente religiosa que rechaza a Jesús -esta vez los saduceos-, la pregunta que le hacen no es para penetrar en el misterio de la salvación, sino para entramparlo. Pero Jesús no se enreda en su respuesta a las malas intenciones de los saduceos y toca un aspecto fundamental de la fe cristiana: Nuestro Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, así que para Él todos están vivos. En Él viviremos.
Es cierto que el tema de la vida eterna, de nuestra salvación, toca de alguna manera a todos; creyentes y no creyentes nos hacemos la pregunta acerca de la muerte y de la vida, del sentido que puede haber más allá de una muerte que se presenta ineludible. Pero la centralidad de la fe no está en la muerte, sino en la vida. Y la vida cristiana está amparada en el testimonio del Resucitado. Sin la resurrección de Jesús la fe y la esperanza cristiana no tendrían sentido. Todo el caudal de amor y de justicia se quedarían perdidos en el límite incomprensible de la muerte.
¿Cómo comprenderíamos el amor que permanece más allá de la muerte? ¿Qué sentido tendría toda esta ansia de plenitud que mueve lo mejor de los seres humanos si todo eso desapareciera con la extinción física? ¿Hacia dónde apuntaría tanto esfuerzo de realización, de felicidad, de comunión entre las persona, de tantos que dan su vida por la justicia?
La respuesta es Cristo resucitado, quien ha vencido el poder de la muerte y el fracaso que marca nuestra existencia humana y abre para nosotros el horizonte del Reino de Dios, donde encuentra sentido toda acción humana que ennoblece y humaniza. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario