“El Evangelio de Hoy”: Juan 16,5-11
Lectura del santo evangelio según san
Juan:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me
pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberles dicho esto, la
tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que les digo es la verdad: les
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Defensor.
En cambio, si me voy, se lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo
con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado,
porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me verán;
de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado." Palabra del Señor.
Reflexión
El Evangelio de hoy nos trae la
promesa del Espíritu Santo. La acción del Espíritu es fundamental en la
vida del ser humano, pues es la fuerza que anima y sostiene su existencia; es
el soplo divino que hace que el cuerpo inerte se convierta en un ser operante
dador de vida; es la manifestación plena de la conciencia humana, elemento que
diferencia al hombre de todo ser vivo. Nuestra capacidad de ser y estar
sabiéndonos.
Ya el próximo domingo estaremos celebrando
la Asunción del Señor. Es la hora de los discípulos actuar por su cuenta, Jesús les deja en libertad. La
partida de Jesús al Padre es motivo para que los discípulos se dejen habitar
por la fuerza del Espíritu, convirtiendo a la comunidad en la habitación o
morada del Espíritu de Dios; uniéndola, de esta manera, a él para provocar en
ella la misma vida y misión de Cristo. Con este viento renovador que invade y
dinamiza la comunidad, los discípulos tendrán la capacidad de desenmascarar el
pecado del mundo, de anunciar la verdadera justicia de Dios y condenar las
obras injustas del mundo provocadas por los líderes del mal. Se trata de actuar con la verdad.
No podemos dejarnos llevar por las
opiniones de moda en la sociedad. Hoy el Espíritu otorga a los que creen en
Jesús una conciencia clara frente a las propuestas del “mundo”, denunciando
así, por medio de la vivencia del amor, el gran pecado de la sociedad: centrar
los intereses y las voluntades en el ámbito de lo individual y no en el ámbito
de lo común, de lo que nos interesa a todos. Qué el Espíritu de Dios nos habite
y haga fructificar y compartir la vida.
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