Lectura del santo evangelio según
san Marcos:
En aquel tiempo, al salir Jesús de
Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de
Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era
Jesús Nazareno, empezó a gritar: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de
mí." Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
"Hijo de David, ten compasión de mí." Jesús se detuvo y dijo:
"Llamadlo." Llamaron al ciego, diciéndole: "Ánimo, levántate,
que te llama." Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le
dijo: "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego le contestó:
"Maestro, que pueda ver." Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha
curado." Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Palabra
del Señor.
Reflexión invitada: CON OJOS NUEVOS. José Antonio Pagola
La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las
comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a
Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad
para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es “un mendigo ciego sentado al borde del camino”. En su
vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No
puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No
es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino,
incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir
su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera
qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra
convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera.
¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él.
No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: “Jesús,
Hijo de David, ten compasión de mí”. Este grito repetido con fe va a
desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas
descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se
nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su
presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de
sus enviados: “Ánimo, levántate, que te llama”. Este es el clima que
necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir
instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando.
Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide
levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su
corazón solo brota una petición: “Maestro, que pueda ver”. Si sus ojos
se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la
vista y “le seguía por el camino”.
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto
cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a
Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de
su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza
de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir
siguiéndole de cerca.
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