EVANGELIO DEL DOMINGO
"Velen, porque no saben el momento". San Marcos, 51-62.

martes, 18 de septiembre de 2012

LA COMPASIÓN DE JESUS


“El Evangelio de Hoy”: Lucas 7, 11-17

Lectura del santo evangelio según san Lucas:

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores."
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo;"
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. Palabra del Señor.
 
Reflexión
Jesús había declarado, en la Sinagoga de Nazaret, que su misión era de anunciar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos… y a todos y todas, el año de gracia del Señor. Entre todos los pobres y marginados, las viudas y los huérfanos llevaban la peor parte. La misma comunidad cristiana nos da cuenta de todas las iniciativas que se tomaron para beneficiar a estas personas que a nivel social representaban un número significativo. El milagro que hoy nos presenta el evangelio representa esa profunda transformación humana que Jesús opera al interior de las más alarmantes situaciones. El público asistente ve en estos signos de Jesús una manifestación de la evidente opción de Dios por los desprotegidos. Aunque la Ley de Israel, particularmente el libro del Deuteronomio, preveía unos recursos y unos medios para socorrer a los desprotegidos sociales, la práctica era todo lo contrario. Pero nadie o casi nadie se quejaba de desacato a la Ley. Con este prodigio Jesús hace de la misericordia una Ley, ya que la función de la misma en Israel no era sólo reprimir las malas conductas, sino sobre todo, promover la solidaridad, el servicio y la justicia. La autoridad de Jesús, una vez más, consiste en amar, dejarse afectar por la situación de una viuda que llora desconsolada la muerte de su único hijo.

Pero ¿Cómo encarnar en nosotros la compasión de Jesús? ¿Tendremos que esperar a poder tener el poder de decirle literalmente a un difunto, levántate y que lo haga? Como cristianos tenemos la obligación de compartir la misión de Jesús, conservando sus opciones, estilo y enfoque. Uno de los mayores milagros que podemos obrar es el de motivar a otras personas hacia la solidaridad y el servicio. La sensibilización hacia la compasión y la caridad fraterna. Es en la compasión que se muestra el poder de Jesús. Es, sobre todo, en un corazón compasivo que se muestra la presencia de Dios actuando a favor de su pueblo, devolviendo la vida a los muertos. El texto del evangelio de hoy nos hace una invitación a revisar nuestra vida y preguntarnos dónde ponemos nosotros el punto central de nuestro crecimiento espiritual. Podremos ser intelectualmente avanzados e iluminados pero si nuestro corazón no siente con los demás, si no somos sensibles a la realidad de los que comparten nuestra condición humana, no podremos promover la vida, la alegría, la fraternidad.

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