EVANGELIO DEL DOMINGO
"Velen, porque no saben el momento". San Marcos, 51-62.

lunes, 17 de septiembre de 2012

FE Y RELIGION


 “El Evangelio de Hoy”: Lucas 7, 1-10

Lectura del santo evangelio según san Lucas:

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: "Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga". Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace". Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía dijo: "Les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano. Palabra del Señor.

 
Reflexión

Este texto del Evangelio de Lucas quiere resaltar la apertura de Jesús hacia todo tipo de gente, ya sean practicantes de la religión de Jesús o no. Muestra con este tipo de gestos que Dios no hace diferencia entre las personas sino que ama y acompaña a toda persona que libremente acepta su presencia. La pertenencia a una religión o a una manera de vivir la fe en Dios ayuda en cuanto nos muestra un camino a recorrer junto a otras personas que nos acompañan y comparten nuestras vivencias personales. Pero también nos compromete con una práctica común que no puede ser adecuada a cada persona sino que es global y debemos adaptarnos a su propuesta oficial.

Jesús se admira de la fe del Centurión quien había expresado que bastaba con la palabra de Jesús para que su trabajador quedara sano. El centurión no era religioso pero colaboraba con los creyentes de su tiempo. Los simpatizantes recibían el nombre de ‘prosélitos’. La religión de Israel suponía para ellos asumir una enorme carga de exigencias que iban desde las cuestiones dietéticas y rituales hasta la circuncisión para los varones. El centurión que protagoniza el episodio de hoy se destaca por sus actos de piedad y, sobre todo, por la preocupación que muestra por los de su casa, en particular los sirvientes. No pedía por su propia salud sino por la de su sirviente enfermo.

Cómo ya la medicina de su tiempo no podía hacer nada por este enfermo, el centurión deja en manos de Dios lo que la medicina no podía solucionar. Su actitud es admirada por Jesús, quien ve en él unas capacidades y, sobre todo, una fe que escaseaba con frecuencia entre sus correligionarios. El cristianismo debe, al igual que Jesús, cultivar esa capacidad de admirar las muestras de fe que se manifiestan de manera maravillosa en personas que practican otras religiones o que, incluso, aun no practicando ninguna, viven los valores del evangelio de manera excepcional. La fe no es una cuestión de rituales o de partidas de bautismo, sino de poner la vida al servicio de los demás en los gestos de la vida cotidiana. Somos invitados a vivir nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia de manera profunda e integral, buscando y practicando el bien como Jesús lo hizo y lo hace hoy.

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